viernes, 15 de febrero de 2013

Estudiar literatura


Hasta ayer la imagen que tenían de nuestra clase política en la UE era la del teatro del absurdo

ÁNGEL LÓPEZ GARCÍA-MOLINS 
Está de moda desautorizar a las humanidades porque dicen que no sirven para nada. Se supone que lo que hay que estudiar son ingenierías —en beneficio de la industria australiana, que es adónde van nuestros graduados— o economía —para que el crack bursátil, que los economistas fueron incapaces de prever, nos coja en paños menores otra vez, supongo— ¿Para esto han convertido la universidad en un todo a cien? Al final va a resultar que lo mejor es entender de literatura (de literatura, no de tonterías: hay gente que confunde los bestsellers o incluso “Cuéntame” con el arte). Pues bien, resulta que el ser humano es bastante previsible y que casi todos los argumentos literarios ya se han contado. Por ejemplo, hay dos situaciones grotescas de la vida política española que aparecen plasmadas literalmente en dos obras de Ionesco sin más que cambiar los nombres de los personajes. En La cantante calva el arranque de la escena III es magnífico. Vean: Sr. Sepúlveda: Discúlpeme, señora, pero si no estoy equivocado, nos hemos visto en alguna parte. Sra. Sepúlveda: A mí también me parece, señor, que nos hemos visto en alguna parte. Sr. Sepúlveda  ¿No la habré visto, señora, por casualidad en Génova 13? Sra. Sepúlveda: Pues ahora que lo dice, es posible, yo trabajo en esa empresa. Sr. Sepúlveda  Díos mío, qué curioso, yo también trabajé allí, era funcionario, pero han hecho un ERE y ahora me quedo en mi casa de Pozuelo. Sra. Sepúlveda: ¡Vaya, qué casualidad: yo también vivo en Pozuelo! Sr. Sepúlveda  No me diga, ahora lo entiendo, creo que nos vimos en una fiesta de cumpleaños. Sra. Sepúlveda: ¿No sería usted el payaso? Sr. Sepúlveda  No, yo era el que manejaba el cañón del confeti. Sra. Sepúlveda: Así que fue usted el que llenó mi cama de confeti. Sr. Sepúlveda  ¡Qué coincidencia!: también mi cama estaba llena de confeti. Y así.

Tampoco es moco de pavo otra obra de Ionesco, El peatón del aire. Fíjense: D. Mariano (sacando la cabeza por un agujero de la cabaña): ¡Qué hermoso domingo! Periodista: D. Mariano, soy periodista, una pregunta, por favor —D. Mariano se retira como en un guiñol—, se lo suplico. D. Mariano (vuelve a sacar la cabeza): He decidido no responder a más preguntas. Periodista: Solo una, por favor, no es importante, no se inquiete. D. Mariano (volviendo a sacar la cabeza): No tengo tiempo, tengo trabajo. Mejor dicho, no lo tengo, o acaso lo tendré, ¿quién sabe? Periodista: Voy a hacerle la pregunta tradicional: ¿cuándo comparecerá en el Parlamento? D. Mariano: No quiero responder a su pregunta. Periodista: Oh, sí, D. Mariano, se lo ruego. D. Mariano: Le voy a hacer una confesión. Siempre he sido consciente de que no había ninguna razón para comparecer. Periodista: Es comprensible. Pero carecer de razones no es una razón. Todos sabemos que se hace lo que hay que hacer. Etcétera.

Hasta ayer la imagen que tenían de nuestra clase política en la UE era la del teatro del absurdo. Ahora les ha dado por interpretarla a la luz de Rinconete y Cortadillo. Mal asunto. El director de la marca España ha responsabilizado directamente a nuestros jerifaltes de la pérdida de crédito del país. Empiezan a compararnos con Grecia, antes que con Irlanda. Es que estos europeos no se cargaron el sistema educativo, como aquí, y han leído demasiado. Aún acabará siendo verdad que África empieza en los Pirineos; desde Creus hasta Machichaco, mal que les pese a algunos, por cierto.