Podemos unirnos para demostrar que estamos hartos
No deja de tener su guasa que las
dos opciones enfrentadas el martes en el Parlamento, en lo que se refiere a los
desahucios, la Iniciativa Legislativa y el Partido gobernante, usen el mismo
apellido: Popular. Sirvió el debate para evidenciar la diferencia existente
entre lo que es realmente popular, porque procede de abajo, de la calle y de la
vida, y lo que resulta palabra huera, fruto de la apropiación indebida, desde
la cúspide, de una pretendida cualidad comunitaria. Quien mejor expresó la
distancia entre ambas fuerzas fue el presidente del Congreso, elppopular señor Posada, al mandar desalojar, con
aire patricio, a los miembros de la PAH que, benditos sean, echaron un pulso a
sus señorías, y vencieron.
No me cabe duda de que, cuando
toque votar esta ILP, los falsos populares del Partido Hermético -que no
tuvieron el martes más remedio que asomar la patita, entreabriendo su
habitación del pánico- formarán disciplinadamente a favor de sus queridos
bancos. Entre tanto, la inyección de ánimo que la gente ha recibido no tiene
precio. Ni hay gratitud bastante para mostrarse en deuda con la PAH, salvo
acudiendo en masa a las manifestaciones del próximo día 16, gritando tan alto
como nos dé la garganta: “Sí, podemos”.
Podemos unirnos para demostrar
que estamos hartos, podemos empujarles hasta el rincón del espejo que refleja
su soledad, podemos avanzar hasta que nuestro descontento se asome a sus
espaldas.
Corre estos días por la red el
recordatorio de una frase de Rosa Luxemburgo: “El que no se mueve no escucha el
ruido de sus cadenas”. Bien esgrimidas, las cadenas son un arma cargada de
futuro. Créanme, lo son, por mucho que el señor Posada desaloje a los rebeldes
o ponga inhibidores para que no lleguen al exterior las desalmadas
instrucciones del Banco Central Europeo.